jueves, 31 de marzo de 2011

RARA AVIS

Contra mis pronósticos apocalípticos, con Javiera entregamos nuestro Informe de Avance cumpliendo holgadamente en tiempo y forma. De hecho, quedé un poco desconcertada porque me había preparado para varias noches en vela y mil y un problemas. Pero no se cumplieron ninguna de mis estrafalarias predicciones: no hubo un virus que atacara el computador engullendo por siempre jamás todo lo avanzado ni me enfermé de escorbuto. De más está decir que la Javi, frente a mis delirios, no me da bola: pone la misma cara del maharishi mahesh yogi como si oyera llover (yo creo que en cualquier minuto va a empezar a levitar).  Y esta misma mañana que entregamos el documento, visitamos el lugar donde, si nos decidimos, podremos hacer el lanzamiento de nuestro libro. El lugar es muy bonito, cómodo y gratuito.  O sea, todo va resultando sin tropiezos.

Camino de regreso, y mientras reflexionaba en el misterio de que las cosas vinculadas a este proyecto estén fluyendo con una naturalidad sospechosa, me encontré con el pollo azul que se ve en la fotografía. El pollo y yo íbamos en el mismo sentido, así es que fue inevitable compartir el trayecto y fijarme en su enorme presencia. Me doblaba la estatura y era gordito (si hubiera tenido 5 años o más coraje, habría corrido a abrazarlo). Resultaba divertido su comportamiento. Normalmente, los tipos que van disfrazados como él, suelen ir a paso lento, saludando a la gente. Pero éste iba apurado. Daba la impresión de que no hubiera tenido tiempo de cambiarse y, pese a ir con el incómodo disfraz, debía apresurarse y abrirse camino con su imponente volumen entre las muchas personas que circulaban en ese momento. Lo compadecí de sólo imaginar lo que sería caminar con un traje de espuma, cubierto de pies a cabeza y con 30 grados de calor. Yo iba en polera y me corría la gota. Pero él inmutable: no se descubrió la cabeza en ningún momento. Caminó a paso firme todo el tiempo y no hizo caso a las burlas que algunos le hicieron. Entonces ese enorme pollo me recordó a mis amigos. Todos son rara avis: únicos en su forma de ser, originales y firmes en el modo de plantarse ante el mundo y sus injusticias, valientes para desafiar prejuicios, generosos en cariño, abrazos y sabiduría. Se deshacen de medio closet o una casa entera para viajar ligeros y dejar espacio a nuevas experiencias (dándome de paso una rotunda lección de desprendimiento). No les sobra el tiempo, pero siempre lo tienen para responderle a un niño, acariciar un perrito o contestar una llamada a las tres de la mañana. Pacientes hasta lo indecible para explicarme lo que es una carta gantt, cómo se calcula el IVA, cómo se suben contenidos a un blog. Y con un sentido del humor capaz de resistir a los personajes más amargados de la tierra.

Interrumpiendo mis pensamientos, vi venir la micro que necesitaba y corrí a tomarla. Craso error: hasta ahora me pregunto qué habrá sido del enorme pollo azul. De mis amigos, no tengo dudas: han estado conmigo, acompañándome y ayudándome con este proyecto. Por eso es que todo me ha salido tan bien.

jueves, 24 de marzo de 2011

RECORDIS

Con Javiera hemos estado trabajando en las “escenas” que serán ilustradas en las páginas del libro. Aunque “trabajar” no es la palabra más apropiada porque si bien destinamos varias horas a ello, la sensación que queda es más de “descubrimiento”: los personajes, los detalles, los gestos van “apareciendo”, sorprendiéndonos a nosotras primero que a nadie. En fin, Chin y Chun crecen a pasos agigantados, lo cual me conmueve profundamente. Supongo que a cualquiera que ponga el corazón en conseguir algo y vea como ese algo se convierte en realidad, le pasa lo mismo. No sé a ustedes, pero siento que eso me pasaba más seguido cuando era niña. Y este “recordarme” cómo se siente conseguir un anhelo de los auténticos (no las botas de moda ni un Iphone4), me hace esbozar una sonrisa que me acompaña desde hace varios días.

Por si fuera poca mi alegría, el martes recién pasado recibí un reconocimiento por uno de mis cuentos. Más allá del diploma o la retribución económica, lo que me pone tan feliz es el hecho de que para alguien, en algún lugar, mi relato fue conmovedor.

La premiación fue en Viña del Mar a las siete de la tarde, así es que tuve que partir temprano, previa organización logístico-doméstica digna del mejor estratega (entre otras cosas, y como la Ley de Murphy nunca falla, se enfermó mi niña). Como siempre –y nunca me canso de agradecer- mis amores me ayudaron en diversos e importantes aspectos. Físicamente, me acompañó mi hermana menor, quien con sus escasos 48 kilos es capaz de encarnar a una barra de estadio en pleno. A ella le llevo once años de edad, pero la vida me ha demostrado que ella me lleva la misma cantidad de años en coraje. Porque he de confesar que –entre otras taras- los eventos públicos me paralizan y si no contara con el apoyo de mis amores en aquellos momentos críticos, haría el soberano ridículo (más que de costumbre, quiero decir).

Así pues, asistimos al acto de premiación que contó con los aburridos episodios y las sabrosas anécdotas de toda ceremonia y volvimos a Santiago pasadas las 11 de la noche. Y pese a lo tarde, mi madre me esperaba con un delicioso aperitivo para celebrar. En resumen, el día tuvo de todo: carreras contra reloj, llamadas para verificar el estado de salud de mi hija como también aplausos y risas. Sólo en la puerta de mi casa, me di cuenta de lo cansada que estaba. Apenas me podía el cuerpo. A esas alturas de la noche, todos en la casa dormían, así es que entré en silencio y fui dejando tiradas mis cosas en el camino. No me importó donde cayera mi chaqueta o mi cartera, sólo quería llegar a mi cama. Pero justo cuando iba a apagar la luz, vi flotando en el techo del living los globos de helio con que mis niños habían estado jugando.  La escena me quedó grabada a fuego. De hecho, no importa que esta foto se pierda algún día, porque sé que jamás olvidaré ese momento. Recordis  viene del latín y significa “volver a pasar por el corazón”, porque en ese entonces creían que la sede de la memoria estaba en el corazón. Y la verdad es que me tiene sin cuidado lo que diga la neurofisiología actual: doy fe de que aquella noche me acosté con el corazón pleno de memoria (y la misma sonrisa de los globitos).

PD: Si a alguien le interesa leer el cuento premiado, puede hacerlo en mi blog http://cuentosdenathalie.blogspot.com/

sábado, 19 de marzo de 2011

EL VASO MEDIO LLENO

Me niego a contagiarme de pesimismo, aunque razones no nos han faltado: teníamos lista una librería muy linda y acogedora para el lanzamiento de nuestro libro, pero el dueño, quien nos la ofrecía gratuitamente, tuvo problemas serios y debió cancelar el compromiso. Consultamos en una biblioteca municipal amplia, con áreas verdes y con una sección de niños preciosa…pero cobran arriendo. ¿Qué raro, no? Quizás seré muy ingenua, pero si nuestro proyecto va a convocar gente que va a ir a conocer dicho lugar, si el lanzamiento de libros es de por sí una actividad pintada para una biblioteca pública, no sé, no me esperaba que cobraran. Hemos seguido buscando lugares y sé que vamos a encontrar uno, pero no deja de sorprenderme la lentitud de las respuestas, si es que las hay...

Del lado del Consejo del Libro, nos entregaron los recursos hace más de una semana, pero aún no nos informan quien será nuestro tutor y guía del proyecto. Debemos esperar a que nos llamen, nos dijeron. Pero en diez días más debemos entregar informe de avance (!). Es cierto que hemos realizado varias actividades que reportaremos apropiadamente, pero me gustaría despejar algunas dudas y el tiempo corre y yo siento que empujo un elefante. De hecho, confieso que por un momento quise descuartizar a lo Kill Bill a un funcionario público con quien tuve el desagrado de toparme, quien en vez de orientarme se dedicó a culparme de que no se me haya ocurrido hacer esto y aquello. Por suerte, él no será nuestro supervisor ni deberíamos volver a encontrarnos con él. No menciono su nombre porque quiero concederle el derecho a haber tenido un mal día. Si no es así, y normalmente anda a los puñetes con el mundo, me da más pena que rabia: en sí misma su vida debe ser un infierno.

Lo que es yo, opto por alegrarme de las cosas buenas que han sucedido, de las que sí van avanzando y de la mucha gente que nos está apoyando. Como nuestra editora (y consejera, y cómplice y tantísimas cosas más) quien nos ha mostrado el “mundo de la edición”, en donde (para mi sorpresa) no basta con simplemente “juntar” un texto con una ilustración (aunque sea eso, lo que muchos editores hacen). Ella -no me pregunten cómo-, es capaz de “hacer conversar” ambos elementos; ella logra hacer que una frase y un dibujo se afiaten a tal punto, que se potencian y entregan mucho más de lo que cada uno hace por separado. Ella limpia el polvo, pule por aquí y por allá y le saca brillo a las cosas menos pensadas. Y lo más importante: no se pone histérica por lo que nos falta sino que aplaude cada uno de los avances grandes o pequeños.  En fin, ella siempre ve el vaso medio lleno. Y eso, en estos tiempos, se agradece.

domingo, 6 de marzo de 2011

INCONDICIONALES

Hay compañeros inseparables, frente a los cuales preferimos dejar botada a la suegra, que desprendernos de ellos. Hablo de esos fieles viajeros que han escoltado nuestro devenir desde siempre, y tanto, tanto, que llegan a formar parte de nosotros. Por ejemplo, yo tengo una chaqueta de cuero que ha llegado a ser como una segunda piel para mí. Es flexible como la mejor tela de algodón (me la puedo anudar al cuello o la cintura). Además, me entrega la tibieza justa para la noche o el invierno: de algún modo misterioso me protege del frío sin asfixiarme, como si tuviera un termostato que regulara solito el calor que necesito. Por si fuera poco, en sus bolsillos cabe casi todo, cualidad invaluable para quienes recolectamos las cosas más impensables en nuestros recorridos por la ciudad. Con esa chaqueta he llorado las lágrimas más amargas y me he reído hasta explotar. Cada una de sus manchas, es un mapa de mis andanzas.

Cuando recién conocí a la Javi y comenzamos a trabajar; cuando hacer un libro juntas era apenas un lindo sueño por el que ambas suspirábamos; cuando bebíamos toneladas de café (yo) y agüitas de hierba (ella), mientras fumábamos como descerebradas (ambas) tratando de cuadrar el círculo de sus dibujos y mis cuentos; cuando nos sentábamos al sol a espantar la humedad de los miedos, cuando ella creía todo el tiempo y yo dudaba tenazmente, por ese entonces digo, en algún momento pretendí estimar el costo de cada hora de trabajo, considerando media jornada laboral y sumándole al total obtenido, el transporte, la colación y los materiales que necesitaríamos. Frente a las extravagantes sumas que yo iba mencionando en voz alta, la Javi –cuando por fin logró controlar su ataque de risa- fue hasta el impecable escritorio donde trabaja y me trajo su calculadora.

Entonces fui yo quien sonrió. “El palito atravesado es porque se ha ido soltando con el tiempo y si no lo coloco no se ven los números, pero calcula perfecto”-dijo la Javi, hablando de su calculadora y revelándome más rincones de sí misma, que todas las conversaciones que hasta entonces habíamos tenido. Yo casi me pongo a llorar de emoción. Ver la pequeña calculadora, sobreviviente de tiempos remotos; esa incansable compañera que ha auxiliado a Javiera desde cuando le volaban las mechas colorinas anudadas en dos chapes y luego tomarla en mi mano y descubrir que pese a los porrazos vitales, sigue en pie (digna, serena y humilde), fue la señal que necesitaba para espantar cualquier duda: pese a nuestras diferencias, ni Javiera ni yo tiramos a la basura lo que todavía sirve, aunque no sea moderno ni esté a la moda. Confieso que dediqué el resto de la tarde a celebrar el hallazgo. ¿Cómo no iba a celebrar? Acababa de descubrir que ninguna de las dos le pide a las cosas que sean perfectas, pues por distintos caminos hemos llegado a la misma conclusión, que tan bien resume la filosofía Wabi Sabi: “Hay una hendidura en todas las cosas. Así es como entra la luz…”.

miércoles, 2 de marzo de 2011

REGALO INESPERADO

Estoy a un paso de que me salgan callos en los dedos de tanto coser etiquetas en las pertenencias de mis hijos para que no las extravíen en el colegio. Y ya terminé –no sé cómo- la infinita lista de útiles (todo marcadito, era que no). Yo no sé si Almudena Grandes (una de las escritoras que admiro) tendrá que preocuparse de hacer malabares para que el presupuesto le alcance. O si Rosa Montero (otra idem para mí) mantendrá su buen humor cuando el gásfiter le repare el baño, logrando el misterio técnico de que cada vez que tire el agua del excusado, se encienda el calefont. Me cuesta imaginar a Doris Lessing palideciendo porque al ir a pagar con su tarjeta, le digan que excede el monto autorizado. Y menos a Sandra Benitez estrujándose los sesos a la una de la madrugada para hacer colaciones atractivas y saludables para sus niños. Es cierto que yo no le llego ni a los talones a ninguna de esas escritoras, pero las menciono por el simple hecho de que dedican su vida a escribir y saben de las dificultades que tiene desarrollar este particular oficio en medio de las demandas del diario vivir (a mí, por lo menos, se me hace un mundo).

De hecho, hace dos noches desperté con el escándalo de unas palomas que se han apropiado del entretecho. Nada que hacer, lo urgente –otra vez- se imponía a lo importante así es en vez de sentarme a escribir, tuve que conseguir raudamente que viniera un maestro a revisar el techo de mi casa, quien desde las alturas (brazos en jarra y risita irónica) me vaticinó un invierno de terror si no hacía las reparaciones pertinentes. Dado que la solución estaba compuesta por varios ceros y que la duda sistemática es uno de mis hábitos inveterados (y que más problemas me ha traído, por cierto) hice lo que correspondía: como toda dueña de casa sabe, una es el hombre de la casa, así es que me subí al techo.

Al tipo le cambió la cara y se dedicó a hablar sin respirar (me consta que tiene una apnea que le envidiaría el Tiburón Contreras!). Durante hora y media, se explayó en alambicadas explicaciones respecto del supuesto desastre que subyacía en un par de tejas corridas. Lo que es yo, a los cinco minutos de su perorata, ya no lo escuchaba. Sus palabras se volvieron un murmullo remoto y mi atención se volcó hacia la magnífica vista que se desplegaba ante mí. El sol comenzaba a ponerse, coloreando el cielo de rojo y violeta. Corría una brisa cálida que mecía los árboles y se llevaba las primeras hojas amarillas. Pensé en mi proyecto de libro infantil en el cual he avanzado tan poco en estos últimos días por las múltiples tareas domésticas que me han demandado. Desde arriba, sin embargo, mi atraso me pareció igual a esas tejas mal puestas fáciles de acomodar. De un modo que no puedo explicar, el viento otoñal se llevó también mi cansancio y angustia.

Virginia Wolf sugería a toda mujer, tener un sueldo y un cuarto propio. Yo no tengo ninguna de las dos cosas, todavía. Pero mientras tanto, tengo algo mejor: tengo un techo purificador al cual subirme y que descubrí por casualidad. Ojalá cada cual encuentre el suyo. Quizás sea una ventana o una postal. Da igual. Lo importante es que sea un espacio al que –cuando necesites- puedas asomarte y cumpla la función de devolverte el ánimo para abocarte a lo importante y sortear con ingenio lo que, aunque urgente, resulta superfluo para el alma.

PD: si a alguien interesan las escritoras que menciono, les sugiero las siguientes lecturas:
Sandra Benitez “Aroma de café amargo”, Rosa Montero “Bella y oscura”, Almudena Grandes “El corazón helado”, Virginia Woolf “La señora Dalloway”, Doris Lessing “Diario de una buena vecina”