Me niego a contagiarme de pesimismo, aunque razones no nos han faltado: teníamos lista una librería muy linda y acogedora para el lanzamiento de nuestro libro, pero el dueño, quien nos la ofrecía gratuitamente, tuvo problemas serios y debió cancelar el compromiso. Consultamos en una biblioteca municipal amplia, con áreas verdes y con una sección de niños preciosa…pero cobran arriendo. ¿Qué raro, no? Quizás seré muy ingenua, pero si nuestro proyecto va a convocar gente que va a ir a conocer dicho lugar, si el lanzamiento de libros es de por sí una actividad pintada para una biblioteca pública, no sé, no me esperaba que cobraran. Hemos seguido buscando lugares y sé que vamos a encontrar uno, pero no deja de sorprenderme la lentitud de las respuestas, si es que las hay...
Del lado del Consejo del Libro, nos entregaron los recursos hace más de una semana, pero aún no nos informan quien será nuestro tutor y guía del proyecto. Debemos esperar a que nos llamen, nos dijeron. Pero en diez días más debemos entregar informe de avance (!). Es cierto que hemos realizado varias actividades que reportaremos apropiadamente, pero me gustaría despejar algunas dudas y el tiempo corre y yo siento que empujo un elefante. De hecho, confieso que por un momento quise descuartizar a lo Kill Bill a un funcionario público con quien tuve el desagrado de toparme, quien en vez de orientarme se dedicó a culparme de que no se me haya ocurrido hacer esto y aquello. Por suerte, él no será nuestro supervisor ni deberíamos volver a encontrarnos con él. No menciono su nombre porque quiero concederle el derecho a haber tenido un mal día. Si no es así, y normalmente anda a los puñetes con el mundo, me da más pena que rabia: en sí misma su vida debe ser un infierno.
Lo que es yo, opto por alegrarme de las cosas buenas que han sucedido, de las que sí van avanzando y de la mucha gente que nos está apoyando. Como nuestra editora (y consejera, y cómplice y tantísimas cosas más) quien nos ha mostrado el “mundo de la edición”, en donde (para mi sorpresa) no basta con simplemente “juntar” un texto con una ilustración (aunque sea eso, lo que muchos editores hacen). Ella -no me pregunten cómo-, es capaz de “hacer conversar” ambos elementos; ella logra hacer que una frase y un dibujo se afiaten a tal punto, que se potencian y entregan mucho más de lo que cada uno hace por separado. Ella limpia el polvo, pule por aquí y por allá y le saca brillo a las cosas menos pensadas. Y lo más importante: no se pone histérica por lo que nos falta sino que aplaude cada uno de los avances grandes o pequeños. En fin, ella siempre ve el vaso medio lleno. Y eso, en estos tiempos, se agradece.
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